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Abatidos por la pandemia del coronavirus, estamos como los discípulos de Emaús: tristes, amedrentados y sin esperanza, hasta que alguien se acerca a nosotros y nos acompaña, haciendo que nuestro corazón arda y se ponga en marcha de nuevo. El Papa ha iluminado esta fatídica etapa con las homilías y meditaciones de la Cuaresma, la Semana Santa y la Pascua de este año. Son palabras que pueden acompañarnos en el largo camino de reconstrucción que nos espera. Muchos se han puesto a la escucha de un hombre que comparte y se conmueve por los sufrimientos de las personas, las familias y los pueblos, provocados y atraídos por sus gestos, palabras, silencios y oraciones. En estos días cargados de incertidumbre, miedo y muerte, el anuncio pascual «Cristo murió y resucitó» ha resonado como el único fundamento de una esperanza cierta, que no elimina los problemas, pero nos hace respirar e impide que sucumbamos bajo el peso de la prueba. Verdaderamente, la tarea más urgente es contagiar la esperanza.